(Mar del Plata, 6 de enero de 1943-Buenos Aires, 29 de enero 1997)
El regalo de cumpleaños que me dieron Lidia y Mera resultó ser un tesoro lleno de hazañas y celebridades de la pelota, algunos que existieron alguna vez y en algún lugar y otros que nacieron gracias a la inagotable inventiva de Osvaldo Soriano.
Lo trajeron a Cangas en plena romería del Carmen cuando celebramos cambio de dígito Marlene y yo.
Allí mismo, entre jugos de manzana y filetes rebozados conocí a Orlando el Sucio, un preparador de métodos tan deshonestos que lo imagino siempre con la cara de Carlos Salvador Bilardo. Cuando algún tuercebotas le encaraba a poca distancia de la nariz sus pupilas devolvían un “Tiene usted aspecto de no hacerle un gol a nadie” con el que zanjaba cualquier atisbo de disputa.
También salen Pancho Varallo, el goleador de Boca Juniors, el Negro Jefe Varela, capitán uruguayo en el célebre maracanazo, Ernesto Lazzati, el pibe de oro en la media boquense y Juan Carlos Corazo, el abuelo materno de Diego Forlán que formó parte de una destacable delantera de Independiente de Avellaneda al principio del profesionalismo en Argentina.
Hay capítulo aparte para William Brett Cassidy, el hijo del forajido al que George Roy Hill hizo cabalgar con el rostro de Paul Newman en las pantallas de cine del mundo entero.
Al primogénito del ilustre cowboy le tocó dirigir a punta de pistola el campeonato del mundo que nunca se celebró en la Patagonia en el año cuarenta y dos y que ganó la selección de los indios mapuches. Sus pista se perdió por las arenas calientes del desierto de Texas cuando fue acribillado a tiros en la frontera de México con Estados Unidos.
Y por supuesto hay muchas páginas para las memorias del Míster Peregrino Fernández, el técnico que inventó el fútbol espectáculo y que salió campeón con el Benfica de Portugal, que jugó como forward titular con papeles trucados en el Racing de París y que se ahorró el mal trago de ser colgado del pescuezo por los nazis gracias a la mano que le echó un portero con muñón llamado Tarmanowsky que guardaba la portería en el Dínamo de Moscú.
Sólo le pondría un pero a esta colección de relatos y éste tiene que ver con las simpatías futbolísticas de Soriano que un día, siendo joven, soñó con jugar en Boedo como centrofóbal de San Lorenzo de Almagro.
Ganó la pluma y perdió el fútbol.
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