La otra tarde viendo debutar a Brasil en Sudáfrica con ese Carlos Dunga trajeado al borde del cuadrilátero me vinieron a la cabeza algunas pinceladas de la Copa del Mundo de 1994, aquella del tabique de Luis Enrique y del julio por julio Salinas disfrazándose de Cardeñosa.
Lo recuerdo gobernando aquel centro del campo granítico con Mazinho y Mauro Silva.
Se ganaron el jornal a base de bien en el triple cinco de Parreira descargando de trabajo a Romario y Bebeto dedicados con disciplina castrense a sus quehaceres con el gol.
Aquel campeonato se cuadró en fechas con las Fiestas del Carmen y por eso muchos partidos los vimos en el Bar La Victoria acompañando a Liri haciendo manos como pinchadiscos.
Entre canciones de Extremo y Los Suaves los brasileiros fueron avanzando rondas hasta plantarse en la final el día después de La Descarga.
No hubo goles y por eso el título se tuvo que resolver con tiros desde los doce pasos donde se comprobó que los genios también fallan.
A mí me alegró mucho la victoria de la verdeamarela porque para eso me había pasado medio verano sudando una camiseta Nike con Romario serigrafiado en el pecho, pero la celebración del trofeo fue tan generosa que O Baixinho se presentó al inicio de liga en El Molinón con muy pocas horas de sueño y ahí empezó a verse borroso hasta en dibujos animados.
Igual que aquel 17 de julio y acompañado también por Jorginho y Bebeto, el 19 de junio de 1983 Dunga tocaría con las manos la bóveda celeste al salir campeón del mundo juvenil derrotando a Argentina por 1-0 en el Estadio Azteca de México con un gol de penal de Geovani.
En el coliseo de Santa Úrsula los Basualdo, Islas y Dertycia no pudieron hacer nada para frenar a aquellos que en Estados Unidos serían campeones del mundo de mayores.
Otros como Van Basten o Rubén Sosa habían sucumbido en rondas anteriores.
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