El otro día estaba pasando páginas de un libro de la Copa del Mundo cuando de repente me paré en esta foto sencillamente arrebatadora.
Al principio me llamó la atención la silueta tremandamente estilizada de Pancho Puskas porque es de domino público que su llegada al Real Madrid estuvo rodeada de comentarios sobre su redondez que pronto templaría a base de cañonazos.
Así relamido, con ese calzón blanco impoluto y esas hercúleas extremidades inferiores me recordó por un momento a mi tío Frailín.
La imagen corresponde ingreso en el terreno de juego del Wankdorf Stadion de Berna de los seleccionados de Hungría y Alemania Federal para disputar la final del mundial de Suiza de 1954.
Como no podía ser de otra forma, los capitanes, gallardete en ristre, al frente de sus escuadras y ahí es donde viene lo curioso de la foto.
El capitán de los germanos, según se apunta en el pie de la instantánea, es Fritz Walter y mientras lo leo me asalta súbitamente la curiosidad:
- Pero...¿por qué me suena tanto este nombre?
Y entonces es cuando empiezo a rebuscar en los recuerdos hacinados en la memoria y zás, ya lo tengo.
Fue allí donde empezó todo, un 23 de octubre de 1991 en el Fritz Walter Stadion de Kaiserslautern.
Ese fue el lugar elegido por José Mari Bakero para descolgar del cielo una pelota botada desde la izquierda por Ronald Koeman y poner la primera letra en la Copa de Europa de Wembley.
Claro, por eso me quería sonar tanto ese nombre, el del Infierno del Norte que desde 1985 lleva el nombre del capitán alemán que alzó la Jules Rimet que todos los cultivados de la época daban como segura para Puskas y sus magiares mágicos.
Friedrich Walter, el jefe del equipo milagro de Berna, falleció un 17 de junio de 2002, pero en aquel duelo bajo la lluvia helvética se empezó a atisbar el mito que más tarde acuñaría para el imaginario futbolero Gary Lineker:
“El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre ganan los alemanes”
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