Ayer, por fin, pude ver “El año que mis padres se fueron de vacaciones”, película dirigida por Cao Hamburger y que fue seleccionada en 2007 para representar a Brasil los Premios Oscar en la categoría de “Mejor película en habla no inglesa”.
En España se estrenó en agosto de 2009 después de cosechar rotundos éxitos en los festivales en los que había sido proyectada.
Los ojos de Mauro, un niño de 12 años, muestran las dos caras del país carioca en 1970: el que vivía aprisionado bajo la suela de la dictadura militar y el que se liberaba momentáneamente cuando el equipo nacional saltaba al terreno de juego.
El primero es el que obliga a los padres de Mauro a huir y dejarlo a cargo de su abuelo paterno. La repentina muerte de éste hace que la comunidad ítalo-judía del barrio del Bom Retiro de Sao Paulo se haga cargo del niño mientras espera el regreso de sus padres de esas largas vacaciones antes de que ruede la pelota en la Copa del Mundo de México 1970.
Sus preocupaciones se centran entonces en saber por qué no pueden jugar juntos Tostao y Pelé (Tostao, Gerson, Rivelino, Jairzinho y Pelé era la delantera de seda) en la punta de la verdeamarela y en conseguir el cromo de Everaldo para terminar su colección mundialista.
Casi al final de la cinta hay una secuencia memorable: mientras llueven goles en el Azteca en la final entre brasileños e italianos, Mauro camina por las desiertas calles de Sao Paulo con la camiseta del número 10 de Pelé buscando la respuesta a sus preguntas y comprende entonces por qué su padre siempre llega tarde a todos los sitios y qué significa la palabra exiliado.
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