Silvio Espina Rey fue un industrial español del aceite, gran aficionado al fútbol, que presenció en 1956 un partido R.C.D. Espanyol-F.C. Barcelona sobre un campo impracticable por culpa del barro y de la lluvia. Ese día asomó a su cabeza la idea de una superfie que mantuviera sus características inalteradas bajo la lluvia torrencial, nevadas a cielo abierto o vientos huracanados. Un tapete en el que se pudiera pelotear y ligar pases sin importar si el encuentro se jugaba en invierno o en verano. Pasó dos años de trabajo incansable hasta que se apareció ante sí el caucho, y tras muchas probaturas, halló el compuesto adecuado. Realizó un molde para que, habiendo aire por debajo en unos agujeros, la flexibilidad y condiciones fueran casi iguales a las de una buena hierba. Contruyó una pista experimental en los bajos del Camp Nou donde practicó Jesús Garay que fue sus ojos en este camino a ciegas.
Había nacido para el mundo el césped artificial y lo había hecho en España. Aquello que entonces fue calificado como una utopía es hoy una realidad de la que se benefician infinidad de equipos de con muchos niños a los que enseñar el oficio de futbolista.
El 11 de febrero de 1965 partió camino de Milán donde se interesaron fervientemente por su idea para alicatar el maltrecho sembrado de San Siro.
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