Hace algunos artículos hablamos aquí de la llegada del tío de Seydou Keita, Salif Keyta Traore, al Valencia CF al inicio de la temporada 73-74. Casi a la par llegaron Johan Cruyff y Hugo Sotil al FC Barcelona, Paul Breitner al Real Madrid y Ayala y Heredia al Atleti de Madrid.
Y fue así porque ese año la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes autorizó la contratación de dos jugadores extranjeros por club en primera y segunda división con la intención de acabar con el mercadeo de partidas de nacimiento que convertía a jugadores nacidos fuera de nuestras fronteras, principalmente sudamericanos, en lo que entonces se conocía como oriundos, es decir, futbolistas que no ocupaban plaza como foráneos porque decían tener un prima que residía en Albacete. Hace nada leí que aquello se llamó El timo de los paraguayos.
El FC Barcelona, en la persona de su presidente Agustí Montal, preparó un dossier que arrojaba unas conclusiones desoladoras sobre el asunto: más del 60% de las primas no existían o sospechosamente se habían mudado a otro domicilio.
Aquello tumbó las aduanas veinte años antes del Tratado de Maastricht.
Sin extranjeros, pero con muchos forasteros, al fútbol español no le había ido nada mal hasta la fecha. La selección olímpica tenía una medalla de plata, la sub-21 un europeo y la absoluta había sido cuarta en el mundial de Brasil y salió triunfadora de la primera edición de la Eurocopa de Naciones gracias al legendario gol de Marcelino. A nivel de clubes la cosa fue mayúscula: seis Copas de Europa ganadas por el Real Madrid, dos finales perdidas (una los blancos y otra el Barcelona), una Recopa para el Atleti y tres finales perdidas (otra los colchoneros y una por cabeza el Barcelona y el Madrid) y cinco Copas de Ferias, con tres finales más perdidas.
Un botín extraordinario apoyado en célebres delanteras como la formada por Puskas, Rial, Kopa y Di Stéfano o la conocida como El Huracán de Les Corts con Kubala, Kocsis, Czibor y el carioca Evaristo, todos ellos como se puede deducir, amigos y residentes en Torrevieja.
“Hecha la ley, hecha la trampa”, que diría un castizo.
Lo cierto es que portugueses, italianos, holandeses y finalmente alemanes e ingleses empezaban ya a sacarnos de la vía de preferencia que conducía a los títulos y la apertura de las fronteras también escondía el deseo de los nuestros de instaurar una nueva tiranía en el continente del balón.
No fue así. La selección no rascó bola hasta la final del Parque de los Príncipes en 1984 y sólo el Atleti y el Real consiguieron pisar una final de Copa de Europa. La travesía del desierto se hizo más llevadera con tres títulos en la Recopa (dos del Barca y uno del Valencia), uno en la UEFA (Real Madrid) y dos finales más perdidas, aunque la del Athletic Club ante la Juventus en la UEFA del 77 puede considerarse casi como un trofeo más para la suma.
Y entonces llegamos a la mágica temporada que tengo guardada en la memoria, la 85-86, en la que el fútbol español puso un representante en cada una de las finales continentales aunque la suerte ese año también nos dio la espalda. Sólo el Real Madrid en la UEFA consiguió alzar el trofeo, mientras el Barcelona caía en las garras de Duckadam y el Atlético de Madrid se la pegaba ante el Dinamo de Kiev. Sin embargo la selección sub 21 de Sanchís, Calderé , Ablanedo, Quique Flores y Pardeza se hacía con el título europeo arrebatándoselo a doble partido a una Italia en la que sobresalían ya nombres como los de Walter Zenga, Donadoni, Vialli o Mancini. Poco después los mayores, en el Mundial de México, estuvieron a puntito de hacer algo grande pero como siempre los cuartos nos pusieron la zancadilla.
El 20 de agosto de 1988 la RFEF aprobó la propuesta del tercer extranjero por club. Fue la primera asamblea como presidente de Angel María Villar que dos años más tarde daría vía libre a la fórmula 3+1, esto es, cuatro extranjeros por equipo, pero sólo tres al mismo tiempo sobre el campo.
Lo mismo que la otra vez, o peor. Una final de la UEFA con el Espanyol (con Clemente y sin Lauridsen), dos Recopas (Zaragoza y F.C.B.) y Wembley en 1992, año que se cerró con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona. "Mucho ruído y poca nueces", que diría un primo castizo que tengo yo en Valdepeñas.
Y en esas estábamos cuando llegó la fecha del 15 de diciembre de 1995, un día como hoy de hace quince años, cuando las manidas palabras que Andy Warhol pronunció el verano del 68 volvieron a ser recurrentes para la práctica totalidad de analistas deportivos:
“En el futuro, todos seremos mundialmente famosos durante 15 minutos. Todo el mundo debería tener derecho a 15 minutos de gloria”
La culpa de todo la tenía un jugador de fútbol que azuzó los cimientos de fútbol de tal manera que los organismos oficiales (FIFA y UEFA) vieron más pronto que tarde la llegada del apocalipsis.
El muchacho en cuestión se llamaba Jean Marc Bosman al que, con apenas diecisiete años, el Standar le firmó su primer contrato como profesional. Allí estuvo seis años sin hacer mucho ruido hasta que fue traspasado al Lieja por 100000 dólares de la época. Firmó dos temporadas y cuando iba a negociar la renovación, el club le ofreció una ficha cuatro veces inferior a la que tenía pactada. Se negó en redondo al chantaje y, dueño de su destino, se comprometió con el Dunkerke de la segunda división francesa.
Ahí se acabó su carrera como futbolista profesional. El Lieja exigió al modesto equipo francés el pago de 500.000 dólares en concepto de derechos de formación y promoción y el Dunkerke puso el intermitente y se apartó al arcén.
Proscrito en su país natal, siguió jugando en equipos cada vez de menor categoría, mientras su caso caminaba de tribunal en tribunal hasta que en diciembre de 1995 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que "el sistema de traspaso de jugadores entre clubs y las reglas que limitan el número de extranjeros son ilegales al ser incompatibles con la legislación comunitaria desde la entrada en vigor del Mercado Único el 1 de enero de 1993".
Nacía así la llamada Ley Bosman.
En España no tardamos ni un suspiro en ver como el portugués Figo (F.C.B.), el danés Laudrup (Real Madrid) o el austriaco Pürk (Real Sociedad) pasaban de la noche a la mañana a adquirir los mismos derechos para ser alineados que los jugadores españoles, salvo, claro está, el de vestir la camiseta nacional.
Arrancaba una nueva época en el fútbol español, y a pesar de que aquello en un principio parecía matar el trabajo de cantera, visto con la perspectiva que da el tiempo, fue todo lo contrario, fue el comienzo de la edad dorada del fútbol español, festejada con dos Copas del Mundo (los mayores y los sub-20), dos Eurocopas (la de Austria y la de los sub-21), cinco Copas de Europa, una Recopa y tres Copas de la UEFA.
“Hoy he llegado a la cima de la montaña y me encuentro muy fatigado”, declaró Bosman al ser abordado a las puertas del tribunal por una nube micrófonos y cámaras de televisión.
Los quince minutos de gloria que vaticinó Andy Warhol convirtieron casi sin querer a un tipo discretísimo con el balón en los pies en un icono imprescindible para comprender los últimos éxitos del fútbol español que se encuentra en la cima de la montaña y no se cansa de ganar: los nuestros son los buenos de verdad.
Lo único que se me ocurre ahora es que todos le dediquemos un tema de Rosendo, por ejemplo, Agradecido.
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