“Yo no valía para el fútbol grande, así que decidí quedarme en la pista y luchar por ser un futbolista de sala”.Bastó con reconocerse a sí mismo para que el afortunado parquet se encontrara una tarde y para siempre con Daniel Ibañes Caetano.
Entonces nació el FUTSALERO IRREPETIBLE, tan determinante en el área propia como en la contraria, un ala sobrio y genial que con una filigrana al alcance de unos pocos forzó el tiro de doce metros que Javi Rodríguez alojaría en el fondo de la meta de Lavoisier un 3 de diciembre del año 2000.
Aquello fue un empujón en toda regla que apeó a sus coterráneos de la poltrona.
La Copa del Mundo de Guatemala cambió el paso en el panorama mundial del fútbol de salón.
Sin darse cuenta, España estaba mirando a los ojos de la selección de Brasil sin apenas ruborizarse.
Recuerdo que lo dieron en Canal +, de domingo y casi cerca de la media noche.
Fue tan inolvidable como su magia, como su embrujo, como su pulso lento para dominar la pelota en el contorno de un baldosín.
Es una lástima que los ases también se hagan mayores y tengan que colgar las zapatillas.
No importa, nos queda la estrella, la primera que conseguimos jugando al fútbol con los pies, la que nos hizo mayores de repente para los juegos colectivos.
Luego vendrían otras a pegarse al lado del corazón, pero aquella que vino de tan lejos hace diez años, aquella es la que llevamos todos cosida en la retina.
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