lunes, 23 de agosto de 2010

El clásico de Montevideo: Peñarol-Nacional

Tanto se querían que no podían terminar sino vinculados como buenos católicos que eran.
Yo los recuerdo desde siempre siendo novios, primero en el parvulario, más tarde en el colegio, sentados el uno junto al otro, en el instituto y en la facultad estudiando medicina.
Por eso aquella mañana estabamos allí todos con zapatos nuevos, camisa blanca radiante, corbata más o menos bien ligada y traje recién salido de la tintorería.
Los amigos de siempre y los que se fueron incorporando en cada etapa vital, familiares cercanos y los de la lejanía, los padres de ella, separados recientes, conocidos, todos.
Se nos casaban por fín y sus caras reflejaban la felicidad de estar realizando un sueño de niños.
Porque eso eran todavía, unos pollitos de veintitres años.
Recuerdo a Rafa pensando en ser padre por primera vez:
-¿Te imaginas...? yo siendo padre, jugando con la pelota de trapo en el jardín, llevando al chaval al entrenamiento en Los Céspedes, al lado del primer plantel, y los domingos a partidos de inferiores, y luego, si está dotado, que lo estará seguro, subiendo de cuarta a tercera, y luego a segunda, y un día tú y yo en la popular de Parque Central viendo el clásico de Montevideo y él haciendo el gol de la victoria...¿Te imaginas?.
Le conocía desde siempre y sólo había una cosa que podía superar el amor por Marta, su adicción a Nacional de Montevideo:
-¿Y si me sale de Peñarol?- se preguntaba a veces poniendose en lo peor.
-No- se contestaba a si mismo- eso no puede ser. Antes me suicido. Sólo pensarlo me saca de quicio.
Había discutido muchas veces sobre ello con Don Gabriel, el padre de Marta, que siendo joven fue profesional con los aurinegros de Peñarol, y yo creo que incluso en alguna de aquellas refriegas tuvo que reprimir el impulso de golpearlo.
Después de todo iba a ser su suegro y eso no estaría bien visto, por mucho que el anciano le restregara una y otra vez que Peñarol tiene más gente, más Libertadores y veintidós victorias de ventaja en el historial.
No había pasado un año desde la ceremonia, cuando ella se quedó en cinta.
Fueron meses en los que el corazón le paltitó de todas las formas diferentes.
Iba y venía,hablaba a solas, desaliñado, rezando a Dios que le diera un nueve, o por lo menos un carrilero zurdo, que tal como está el panorama, decía, lo mismo tiene más oportunidad de llegar arriba, a un equipo grande.
Aquello estuvo a punto de enviar a Rafa a la fosa, que seguía dándole vueltas al asunto y comprando a escondidas la equis ese de la tricolor, y vistiendo muñecos de felpa para imaginarse por un momento como sería su bebito con aquella prenda que adoraba mucho antes incluso de saber pronunciar la palabra papá.
Todavía tengo en la cabeza aquella llamada de teléfono y su tono de voz, cómo de mal augurio, haciéndome mal creer que algo había ocurrido.
Era el día de la ecografía y yo no pude acompañarles por un asunto que ahora mismo no me viene a la cabeza.
Me puse en lo peor, tengo que ser sincero.
Un aborto, una malformación, Dios sabe lo que me pasó por la cabeza en aquel instante que pasó desde que descolgué el aparato hasta pronunció mi nombre:
-¿Carlos?
-Sí- contesté.
-¿Sabes? no es justo. No, no lo es. Carlos, no es justo.¿Por qué?
Repitió aquello no sé cuántas veces mientras a mí me empezaron a temblar las piernas.
-Una niña Carlos, es una niña. Que Dios me perdone, y ellas también que son dos cielos hermosos,pero en cuanto las tenga de vuelta en casa, me pongo a fabricar un nueve, te lo juro por lo que más quiero.

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