Hay ocasiones en la vida en las que un equívoco provoca una satisfacción igual o mayor a la de la certeza misma.
Eso le ocurrió la semana pasada a la buena voluntad de Lety que, en su noble intención de restituir a mi biblioteca una edición de "La piedra de colores" de mi primo Narín, depositó en mis manos unos cuantos "Cachinos de Cangas" firmados por Manolo Román.
Es evidente que ataqué el volumen por la línea media, donde viene incrustado un puñado de nostalgia en forma de fútbol de antaño y hogaño a través de algunas reseñas a la Sociedad Deportiva Narcea: los años veinte y treinta con Chichi, Ñan o Paco Chichapán; los cincuenta con Manolo Miranda, Dioni o Barberán y Chichi por supuesto; los sesenta con mi tío Frailín, Pipo o Juaquinito y otra vez Chichi acompañado ya por su hijo Luis; y el Narcea contemporáneo al libro, dirigido en los despachos por Queipo y en la cancha por aquel zorro plateado llamado Javier que había sido futbolista del Real Oviedo.
Leyendo aquellas líneas tuve dos sensaciones encontradas: la primera de decepción por no haberlo catado antes y la segunda de satisfacción por tenerlo por fín tan al alcance de los ojos.
Sin embargo hubo algunas cosas que le llamaron la atención.
Una muy curiosa: al posicionar en las formaciones a Ceferino Arias o a Luis Arias el autor escribe en los pies de foto Chiche en lugar de Chichi. Serán las nuevas generaciones de esta saga interminable las que me aclaren esta duda.
La otra significativa y que había oído de pasada a los mayores. Tenía que ver con las época estivales en nuestra villa donde de tarde en tarde futbolistas de pedigrí reforzaban al Narcea en sus partidos amistosos.
Cuenta Manolo Román que Chuché y Caramelero, del Real Oviedo, se lucieron en Cangas, pero sin duda alguna el más célebre equipier que pasó por aquí fue Severino Goiburu Lopetegi, primer jugador internacional de Osasuna de Pamplona y autor de seis dianas en doce participaciones con la zamarra nacional.
Aquel personaje corriendo en Cangas con calzón corto debió ser la de Dios es Cristo, porque a parte de Osasuna, Goiburu desarrolló su carrera también en el FC Barcelona durante tres temporadas y en el Valencia CF hasta su retiro en 1941.
En aquellos años, donde el amateurismo se estaba abriendo de piernas ante el viril empuje del profesionalismo, Seve Goiburu debutó con España haciendo un gol en partido disputado en Vigo ante el intocable combinado húngaro para la victoria de los nuestros por un sorprendente 4-2. Era un 19 de diciembre de 1926 y el duelo se escenificó en el campo de Coya.
Goiburu era el jugador que resolvía, el hombre definitivo dentro de los dieciseis metros y por eso se convirtió en habitual en la oncena de la furia hasta casi alcanzar citación para las preliminares del segundo Campeonato del Mundo de 1934.
A pesar de quedarse a la puertas como le había ocurrido en las Olimpiadas Amsterdam, en esa ocasión por su recién estrenada condición de profesional, Seve Goiburu tuvo tiempo de coincidir en el vestidor con personajes fundamentales para comprender esa historia que gira al son de la pelota como Ricardo Zamora, Errazquin, Samitier, Regueiro, Ciriaco, Quincoces o Patxi Gamborena, que curiosamente se fue de este mundo veinticuatro horas antes de hacerlo Goiburu en julio de 1982.
Pero como hombre gol que fue es de justicia recordar el goal más importante de su carrera y que consiguió ante los inventores del juego en el Estadio Metropolitano de Madrid.
El día de San Isidro de 1929 España se enfrentó a Inglaterra y a su estadística en partidos amistosos que decía que en veintidós cara a cara contra equipos continentales unicamente habían cedido una igualada ante Bélgica, que por algo eran Campeones Olímpicos.
Pues con eso y con todo les hicimos la fiesta anotando el gol definitivo para el 4-3 aquel jugador que se acercaba por Asturias en tiempos de estío para matar el gusanillo de patear una redonda de tiento.
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