domingo, 21 de agosto de 2011

Tonito y el amor

El otro día hice un ejercicio muy usual en la red: poner Tonito Santa Bochini en Google y esperar a ver lo que salía. Y lo que salió fue este cuento de Franco Spinetta  en Igooh.  Para un fan de Independiente, admirador de Bochini y que se llama Tonito como un servidor hallar ésto hizo que fuera difícil controlar las emociónes. Aquí lo teneis:

Tonito y el amor

Tonito
Temprano, muy temprano. El sol inquieta desde la ventana y arremete contra los ojos azules de su cara partida por el tiempo. Tonito se levanta y mira el reloj, nunca supo la hora, pero es lo que “todo el mundo hace cuando se despierta”. Enseguida se viste de un tirón y prende un pucho, un Jockey Club, su cigarrillo que ya es como una parte de su cuerpo. Los ojos comienzan a irritarse rápidamente por el humo que desprende el cigarro y entonces Tonito se pone sus grandes anteojos que lo caracterizan por cubrirle prácticamente toda la cara, los famosos anteojos “culo de botella“. Es que sin ellos no ve absolutamente nada. Muerde un pedazo de pan bruscamente, limpia sus zapatillas con el dedo y enfila hacia la puerta de su casa, pero no sale sin antes saludar misericordiosamente a la estampita de la Virgen de Luján pegada en la heladera que el párroco amigo le regaló el sábado anterior luego de la misa. Tonito es rengo, un poco sordo, un poco ciego. Cuenta la leyenda urbana que antes de sufrir un severo ataque cerebral Tonito era un galán, un dandy en tierras bonearenses. Alto, respingado, de ojos profundamente azules y tez suavemente dorada. Siempre vivió en Capitán Sarmiento, a 150 kilómetros (años luz según él) de la gran Capital Federal. Tonito es hincha de Independiente y todavía cree que Bochini juega en el rojo con la casaca 10 en la espalda y su pelada al viento. Tonito es amigo del pueblo, es querido por todos. Luego de besar la estampita comienza su recorrida matinal por las veredas y negocios de la ciudad. Camina tan rápido como le permite la renguera, y créanme que lo hace bastante bien. En el almacén de la esquina, el viejo Fornadi, un tipo rudo y curtido en el campo, ya lo espera con una taza de chocolate caliente. Quizás sea la única persona por la que demuestra amor. Tonito entra revoleando los brazos, clamando su presencia al grito de -¡buen día, Tonito hace su entrada triunfal en el almacén de Fornadi, vamos Independiente carajo!-. Arranca la primera sonrisa del mundo, de su mundo y el de la gente que está en el local. Se toma la chocolatada y como siempre, escupe el último poquito y sale a las carcajadas del almacén corriendo hacia la calle. Se para inmóvil en el medio de la avenida más transitada del pueblo, aclama su nombre y los autos frenan respetuosamente saludándolo con un afecto inusual. Es Tonito, el ser más querible e inofensivo de Capitán Sarmiento. Después de haber esquivado increíblemente autos y bicicletas, Tonito llega a la panadería del barrio La Loma. Se sienta en las banquetas entre los canastos repletos de pan caliente, recién cocidos en el horno a leña. Espera ansioso para ver a Margarita, que todavía está dormitando en su cama. Ella es su amor, su único amor. Margarita tiene 86 años, tiene las arrugas y la sabiduría del tiempo. Es la dueña de la panadería “Ferrati” y adora la presencia de Tonito, quién le hace reír con sus ocurrencias fuera de lugar. Son felices. Pero los minutos pasan y Margarita tarda en aparecer. Mientras tanto Tonito bromea y habla de fútbol con los gauchos que, temprano, vienen al pueblo a comprar las provisiones para el resto del día. Y de repente aparece su ángel con mate en mano y termo bajo el brazo. Se saludan tímidamente y matean hasta que la yerba no es más que palitos flotando. Profundamente enamorado de la vida, Tonito limpia camino hacia la plaza. Se sienta en uno de sus bancos y mira como el sol se posa en el centro del cielo marcando el mediodía. Siempre le han gustado los pájaros y las flores. Siempre fue adicto a la tranquilidad de la plaza San Martín. De joven solía adentrarse en los grandes arbustos con preciosas muchachas, prometiéndole casamiento a cada una de ellas, que morían de amor por el irresistible Tonito. Él era tremendamente feliz entre los puchos, el truco, la ginebra y las mujeres. Una lágrima se apoderó de su cara cuando imágenes del pasado acecharon su presente, como si una gota de racionalidad se apoderara de su inconciencia. Rápidamente despejó sus pensamientos y regresó a su rutina de visitador, compañía de todos los que pululan en suelo sarmientense. Mediodía. La tranquilidad se apodera de las calles, pero Tonito continúa en su recorrida diaria. Es el turno de visitar a Domingo, el remisero que siempre lo lleva a pasear en su Ford Falcon rojo. En el camino saludó a toda persona que se cruzara delante de sus diezmados ojos, y siempre que llega a una esquina se frena para gritar: -¡Tonito! ¡Soy Tonito! ¡Que viva el amor! ¡Que viva el Rojo carajo!-. Domingo lo espera con mate y con bizcochitos de la panadería de Barattini. Los dos, sentados en reposeras verdes de playa, miran el hormiguero de gente que se concentra en la entrada del supermecado San Cayetano. Es que hoy se rifa un lechón y se han vendido más de 2000 números. Domingo tiene esperanza: compró 10 numeritos, y está expectante. Finalmente el afortunado es el Flaco Quetim, viejo conocido del remisero. Se programa el asado. Tonito, el amigo del pueblo, obviamente está invitado. Tonito está feliz. Ya ni siquiera recuerda que a la noche tendrá que compartir un gran asado que felizmente organiza el Flaco Quetim luego de ganar la ponderada rifa. Solo está feliz porque piensa en ella, quiere cerrar los ojos y despertar sabiendo que es mañana, ir hasta la panadería de Margarita y tomar unos mates con su ángel. ¿Por qué no vuelve ahora? ¿Por qué no corre hacia la panadería en busca de su tan preciado amor? No puede, tiene otras cosas que hacer, como por ejemplo su paseo diario a bordo de la nave de Domingo, quien, a los bocinazos, trata de despabilar el turbio trance de Tonito. Una vez andando, Tonito vuelve a ser Tonito. Saca su cabeza por la ventana y profiere gritos guturales anunciando su paso. Todos los comerciantes lo saludan. Hasta el Laucha, quiosquero emblemáticamente pijotero, le regala una bolsa llena de caramelos Lipus y cigarillos Jockey. Tiemblan sus brazos débiles, tiene frío. Se lastima la mano tratando de hacer andar el encededor. Quiere fumar, se desespera. Sentado en el cordón de la calle, espera ansioso la llegada de Marcelo, el heladero que tiene su negocio en la esquina de su casa. Es la última parada que hace en el día. Le queda cerca y resulta un buen aperitivo para adelantar la cena. Desde lejos, Marcelo divisa la humanidad de Tonito, y lo ve impaciente. Sabe que está llegando tarde. -¡Marcelito querido! ¡Estás llegando tarde a tu trabajo, irresponsable! ¡Tonito pide explicaciones!-. Marcelo ríe y lo hace pasar a la parte trasera del local, donde enciende una estufa para calentar el gélido aire que se respira en el lugar. Tonito prende un pucho y pide helado de sambayón, sus órdenes son cumplidas e inmediatamente después se devora un kilo exacto de puro y sabroso sambayón. Es de noche y Tonito vuelve a su casa. Comerá el plato de fideos que, como todos los días, su vecino Juan Bozzini le prepara amorosamente. Fumará su decimocuarto cigarrillo del día. Cerrará sus ojos azules y pensará repetidamente el nombre de su amor. Tonito jamás volvió a despertar.


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