La madrugada del 2 de julio de 1994 mataron a tiros a un jugador de fútbol.
Se llamaba Andrés Escobar Saldarriaga y fue condenado por un delito de autogol acontecido durante la Copa del Mundo de Estados Unidos en un partido que Colombia disputó ante los anfitriones el 22 de junio en el Estadio Rose Bowl de Los Angeles.
Aquel equipo educado en el buen gusto por Pacho Maturana venía con aspiraciones de hacer algo grande después de descoser en las preliminares a la Argentina del despiadado ex-defensor Alfio Coco Basile.
René Higuita, Faustino Asprilla, Fredy Rincón, Carlos Valderrama, Lionel Alvarez o Anthony De Avila invitaron a soñar a la clientela futbolística colombiana.
Pero aquel desgraciado lance y la derrota inaugural ante Rumania obligó a los cafeteros a tirarse en marcha en el primer apartadero.
Al volver a su pais un destornillado le partió el pecho en el estacionamiento de una zona de discotecas a las afueras de Medellín.
Seis balas del calibre 38 acabaron de forma cobarde y arbitraria con la vida del defensor antioqueño de 27 años.
Colombia entera se volvió sollozo y la remera del número 2 pasó a convertirse en insignia de la irracionalidad.
La escuelas de fútbol para adolescentes desarraigados que tenía en mente crear a su vuelta del mundial quedaron en el alero, pero su padre y sus hermanos tiraron fuerte para hacerlas realidad y perpetuar así la memoria de aquel futbolista elegante y tremendamente capacitado con el cuero cerca del pie izquierdo:
"Será nuestro propósito y compromiso que en estas escuelas de fútbol se cimenten los valores que faltaron a quienes cegaron la vida de Andrés Escobar Saldarriaga..."
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