viernes, 21 de agosto de 2009

He tenido un sueño


Martin Luther King (Washington 1963)


Ayer fue un día normal y corriente, de esos que se descuelgan del calendario sin hacer ruido.
Un día como tantos otros que se va sin novedad en el frente y que sólo sirven para recordarnos cómo se va descontando la vida.
Y como cada día tuvo su noche, pero ésta sí fue especial.
Fue lo más parecido a eso que se llama MAGIA.
Al cerrar los ojos soñé.
Soñé que vivía en un lugar lejano y oscuro y que un ángel bueno me invitaba a ir con él a un sitio maravilloso donde la gente era feliz y todos eran amigos.
Me sentí por un momento James Stewart en ¡Qué bello es vivir¡.
Yo era George Bailey y mi ángel se llamaba Clarence.
Caminamos en mi sueño hasta esa especie de “Nunca Jamás” y tras subir unas escaleras desconchadas pude ver a dos mujeres sentadas en un banco blanco teñido de óxido con unas bolsas de la compra entre sus pies. Hablaban y hablaban, pero no pude alcanzar su conversación. Un comía pipas y la otra lameteaba un helado de fresa. Y entre pipa y pipa seguían hablando y hablando.
A su lado otra mujer mayor y con el pelo cano cortaba unos troncos vestida con tonos oscuros. Su rostro parecía herido por el hambre de la posguerra.
Entonces oí unos gritos y al girarme ví salir a dos zagales de un portal. Sus rostros me resultaban familiares, como de haberlos visto en otro tiempo.
-Vas a mi madre- gritaba el primero
-Y tú a la mía- le respondía el segundo
Sin darme cuenta fueron a parar al regazo de aquellas dos mujeres que seguían impasibles su conversación.
Empecé a caminar y a pocos metros me crucé con un hombre mayor que avanzaba lento arrimado a un muro de ladrillos grises.
Llevaba una chaquetilla de punto fino y los pantalones amarrados con tirantes.
No sé cómo me pudo ver o notar mi presencia, pero lo cierto es que al pasar a su lado de su boca salió un saludo sincero.
-¿Qué tal chaval?.
Y después siguió caminando lento.
Al fondo, otra mujer mayor pasaba con mimo un trapo a otro poyo blanco. Ese parecía un banco “rico”. Su pintura deslumbrante y sus zapatos de cemento bueno así lo atestiguaban. En su mano derecha sujetaba una escoba mientras una mujer más joven sacaba brillo a unas escaleras.
No pude ver más allá porque de repente llegó la mañana como llegan las malas noticias, de repente y sin avisar, y me arrancó de aquel lugar fascinante.
Tumbado sobre la cama y empapado en sudor, el corazón golpeaba sin descanso la caja del pecho.
Salí corriendo a la calle y al mirar a la derecha ví a mi madre sentada en el banco del 1 con las bolsas del Alimerka entre las piernas.
Al otro lado mi tía Remedios terminaba de barrer las escaleras del 4.
De repente sonaron unas risas y al mirar al cielo se dibujó la cara de mi abuela y de Chita riéndose de mí al verme allí plantado con el único abrigo de unos calzoncillos y los pies desnudos sobre el frío suelo del PATIO DE SANTA CATALINA.
El Señor Román y la Señora María que pasaban por allí cogidos del brazo, también esbozaron un sonrisa.
Me di la vuelta y volví a casa con una extraña sensación de bienestar.
Cogí el teléfono y llamé a Oliver.
- ¿Sabes una cosa? – le dije- Ayer soñé que ….

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