viernes, 21 de agosto de 2009

El gol más silencioso del mundo



Cuando la especulación bajó tres peldaños y llegó a aquel recóndito lugar, Don Vicente Ramos, empresario hostelero y alcalde vitalicio, recibió la visita de tres hombres que fumaban majestuosos puros habanos.
Hablaron de levantar un enorme bloque de apartamentos en el mismo lugar dónde jugaba sus partidos Ferrocarril, el estadio municipal de Las Palomas, que curiosamente estaba en el centro de la villa y a un palmo de casi todo.
Allí acudíamos a pie los domingos de partido.
Don Vicente, que tenía fama de visionario, ya había reservado un baldío a las afueras, justo al pie del camposanto, para el nuevo poliedro de Ferro, pero jamás imaginó, ni él ni nostoros tampoco, que por culpa de aquello cantaríamos el gol más silencioso del mundo.
Ocurrió un día primero de noviembre, Día de Difuntos.
Quiso el destino que el derbi ante River cayera en domingo y que por unas o por otras fuera imposible moverlo de fecha.
Sólo los pocos marxistas locales pisaron la gradería aquel día.
Los otros, nosotros, acudimos al cementerio a velar nuestros muertos con un oído en el responso y el otro aguardando el festejo de aquellos pocos afortunados que ingresaron en aquel estadio semivacío.
Y ocurrió que nuestro punta hizo gol y los rojos que lo estaban viendo lo gritaron como si vieran de frente la mismisima muerte.
Entonces Don Eusebio, el párroco, que también era muy futbolero y oyó como todos el jolgorio, soltó un "Gracias, Dios mío", que tuvo que disimular avalanzándose al tiempo sobre el pan y el cáliz del vino.
Así fue como, por culpa de Don Vicente, cantamos el gol más silencioso del mundo.


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