jueves, 29 de octubre de 2009

Pepe “El Brujo” y las profecías del deporte rey


Parece que el frikismo más cañí ha entrado de lleno en el deporte rey y amenaza con quedarse una temporadita.

Llevo unos días viendo de forma insistente a un personaje pintoresco apareciendo de forma reiterativa en los todos medios deportivos jurando y perjurando sin ruborizarse una pizca que la lesión de Cristiano Ronaldo es obra de un ritual de brujería que le ha sido encargado por sabe Dios quién.

Se llama Pepe el Brujo y afirma que el estacazo del número ocho del Marsella en el partido de la primera fase de la Copa de Europa disputado en el Bernabéu hace unos pocas fechas es sólo el principio de una retahíla de contratiempos que a la larga darán con la retirada de los terrenos de juego del virguero de Madeira.

Esta historia tan esperpéntica no hace más que aumentar la leyenda de un deporte salpicado de creencias y supersticiones a lo largo de sus más de cien años de historia.

Yo, como barcelonista hasta las trancas que soy, oí hablar desde muy pequeño de un embrujo que perseguía al Barcelona en la máxima competición continental de clubes.

Hay que remontarse al año sesenta y uno para encontrar el origen de esa maldición.

En el estadio Wankdorff de Berna, el Barςa , que había sacado por primera vez de Europa al Real Madrid, disputaba su primera final de la Copa de Europa ante el Benfica dirigido por Béla Guttman y un jovencísimo Eusebio.

El equipo catalán contaba con un plantel de lujo, capitaneado por Luis Suárez (Balón de Oro ese año) y los húngaros Cabecita de Oro Kocsis y Pájaro Loco Czibor, pero no pudo alzar el trofeo a pesar de haber lanzado cuatro balones a los postes cuadrados del estadio suizo.

Ese partido lo perdió el Barcelona por tres goles a dos, el mismo resultado con el que la Hungría de Puskas, Kocsis y Czibor había perdido la Copa del Mundo de 1954 ante Alemania en ese mismo estadio.

Los dos magiares del Barca, que habían sido goleadores ante Alemania y lo serían ante el Benfica aquella tarde, sabían que ese partido no estaba escrito para ellos, más después de saber que les había sido asignado el mismo vestuario en el que lloraron que el día de la fatídica final mundialista.

Veinticinco años después, los blaugranas cayeron en Sevilla ante el Steaua de Bucarest tras fallar cuatro tiros en la tanda de penaltis en lo que desde entonces se conoce en el imaginario blaugrana como la maldición de Duckadan.

Por suerte el embrujo sólo duró seis años más, hasta que Alexanco levantó la copa en Londres en el mítico escenario de Wembley.

Un año después de la final de Berna, el Benfica, de nuevo con Guttman y Eusebio se llevó por delante al Real Madrid de Puskas tras lo cual el técnico de origen judío fue cesado por desavenencias con la directiva benfiquista.

Ya tenía rango de estrella, como antes la había tenido como futbolista de altísimo calibre.

Formó el mítico equipo del Hakoah que asombró a la Europa de entreguerras cuando derrotaron al todopoderoso West Ham United en Londres por cinco goles a cero.

Después de colgar las botas dirigió al no menos legendario Honved de Budapest, de Czibor, Kocsis y Puskas, y fue precisamente por culpa de este último, por lo que se vio obligado a abandonar la máquina magiar y empezar un ir y venir por equipos de medio mundo que le llevaron a Portugal el 1958.

Primero dirigió al Oporto, con el que salió campeón y de ahí pasó al eterno rival, donde lo primero que pidió fue el pase de un joven de color del Sporting de Maputo, que no era otro que Eusebio, La Pantera de Mozambique.

Después de su cese Guttman profetizó: "Sin mí el Benfica no volverá a ganar un título continental".

Y las "Águilas" cayeron ese mismo año en la Intercontinental ante el Santos de Pelé, y al año siguiente en Wembley ante el Milan, y tres años más tarde ante el Inter de Luis Suárez, y cuatro años después otra vez en Wembley ante el Milán, y contra el PSV y definitivamente otra vez ante el Milan el Prater vienés.

Allí, a esa ciudad, en la que se encuentran enterrados los restos de Guttman, acudieron los directivos lisboetas a rezar antes de la final ante el equipo italiano.

Pero no pudieron con el hechizo del Mago de Budapest.

Así que bien harían también los directivos del Real en poner unas cuantas velas a los santos protectores para que no se cumplan las profecías del brujo de Antequera, porque sin ir más lejos CR9 cayó definitivamente de baja en un partido que Portugal jugaba como local en el Estadio Da Luz, propiedad del Benfica de Lisboa ante la selección de Hungría.

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