jueves, 29 de octubre de 2009

El mudo, el manco y el cojo


Puede parecer que el encabezado de este artículo es el pie para el típico chiste recurrente, pero nada más lejos de la realidad.

Esta es la historia de algunos personajes que me han causado más admiración a lo largo de las ingentes decenas de partidos que he podido contemplar por televisión o acompañando a Electricidad Gelo y Panadería Penlés a cualquier recóndito lugar en el que se pudiera jugar al fútbol sala.

Porque han sido muchos los viajes, algunos interminables, muchas las alegrías y las desilusiones, pero también han sido muchos los amigos que he podido conocer gracias a este maravilloso juego, y son algunos de ellos los que tengo remachados en la memoria.

Después de todo, como dijo el Papa Juan Pablo II, de todas las cosas sin importancia que hay en el mundo, el fútbol es la más importante.

Julio Vior Rebollar fue un jugador de futbito de lo mejor que ha dado Asturias desde siempre.

La primera vez que le vi fue en el palacio de los deporte de La Guía de Gijón, en la margen derecha del rio Piles.

Militaba entonces en el Gijón La Nuechi, equipo que ese año paraba por la División de Plata, creo que era la temporada 94/95.

Al terminar nuestro partido en una pista anexa, pasamos a la tribuna a ver los lances de aquellos ilusionistas.

Recuerdo a Julio saliendo en contraataque con los dos equipos parados y el colegiado haciendo sonar su pito sin cesar.

Así una vez y otra, hasta que los veteranos me contaron que Julio era sordomudo.

Era un tipo con un juego exquisito al que luego nos tocó sufrir durante varias temporadas en Nacional B con El Pinal , El Llano y otros equipos de Gijón.

Fueron aquellas batallas inolvidables.

Aarón Núñez Cacao es otro de estos meritorios del balón pequeño.

Cuando jugaba en el Clipeus Nazareno pude ver un partido suyo en la emisión por satélite de Canal Sur.

Me quedé con los ojos como platos al ver la facilidad con la que se iba de los rivales cada vez que recibía cerca de la posición de pivote.

Parecía frágil y daba la sensación que los contrarios le dejaban pasar para no lastimarlo.

Cuando alzó los brazos para celebrar un gol me di cuenta de algo inimaginable.

Al Mago de la calle Feria le faltaba el apéndice izquierdo, pero aún así dejó un par de tarjetas de visita de esas que entregan sólo los mejor dotados para este deporte.

Pero fue en Cangas del Narcea, en nuestro poli municipal, donde fui testigo de un ejemplo de superación poco menos que extraordinario.

En la semifinal del torneo juvenil apareció por la pista azul un chaval que dejó boquiabierta a la repleta grada de El Reguerón.

No recuerdo su nombre, pero sí que venía con el Sporting Jiennense y que corría por el campo como desencajado.

Parecía que se iba a quebrar en cualquier momento, pero la primera bola que le llegó a la altura del medio campo la coló por la escuadra del equipo rival.

El chico, que jugaba con el ocho, tenía la pierna derecha unos diez centímetros más corta que la zurda, pero a pesar de su tez oscura, parecía un ángel vestido de corto.

Nunca más supe de aquel muchacho, pero si algún día, en cualquier cancha del mundo, alguien se lo encuentra, como diría la cortinilla del Equipo A, tal vez pueda contratarlo.

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