Esta noche se va a jugar en el Camp Nou de Barcelona el tercer clásico FC Barcelona–Real Madrid en lunes.
Para mí será el primero porque los dos anteriores no me pillaron ni siquiera en proyecto.
Pensando en ello, me vino a la memoria un artículo de hace algún tiempo en el que un niño diseccionaba la liga española partiéndola en dos grupos: la de los equipos pequeños, aquellos que jugaban los domingos a la luz natural de las cinco de la tarde, y la de los equipos llamados grandes, los que jugaban el sábado o el domingo en fortalezas iluminadas y a los focos de miles de cámaras de televisión.
Esta temporada, como aquella nefasta que se llevó al Sporting a segunda, hay un tercer grupo de equipos, también pequeños por norma general, que hasta hoy dirimían sus diferencias en el crepúsculo de los lunes.
Cuando comience a rodar la pelota en el coliseo azulgrana eso ya no será así, porque los dos grandes buques que se pasean por España y por Europa con paso firme tienen cita esta noche cuando los relojes marquen las nueve en punto de la noche.
En un país con más de cuatro millones de desempleados que se pasan Los lunes al sol, tiene gracia que sea el día que todos quieren borrar del calendario el escogido para decidir quién manda en esta liga de dos.
Ese montón de parados y el resto del país tienen un motivo para pasarse también el lunes a la sombra hipnotizados por el vaivén de una pelota de cuero.
Porque como escribió Eduardo Galeano en ese homenaje a este juego que es El fútbol a sol y sombra “por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.
Y de esos carasucias que le gustan tanto a Don Eduardo tendremos hoy un buen puñado sobre el majestuoso gazón de la Avenida de Les Corts.
Porque señores, esto es un FC Barcelona-Real Madrid, y el mundo entero se debe detener para verlo porque, como dice Javier Marías, madridista confeso, en Salvajes y Sentimentales “para el aficionado español no hay nada comparable a ver saltar a los dos equipos, siempre con sus primeros uniformes, a Chamartín o al Camp Nou; y en cuanto el balón se pone en juego, tenerle pavor al otro cada vez que avanza, y sentir a los contrarios peligrosos y malvados, y disfrutar también con ese miedo, con la amenaza de la humillación y el desastre, tanto como con la promesa de triunfos inolvidables”.
Por eso no podemos cerrar los ojos ni apagar los receptores de televisión, porque estamos deseando que se abran ya las puertas del estadio para gritar muy fuerte y a puro pulmón:
¡¡¡Larga vida al fútbol¡¡¡
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