Este día que será todo viernes y 19 de noviembre, los afortunados que acudan a un restaurante de la franquicia McDonald´s podrán darse con un canto en los dientes, pues, por una vez, el efímero hartazgo servirá para apoyar una causa justa. El montante recaudado en forma de menús Big Mac irá destinado íntegramente a las Casas Ronald McDonald que tienen distribuidas por España y que permiten a los niños hospitalizados de larga duración estar junto a sus familiares.
Gesto de calidad, sin duda, muy por encima del 100% Vacuno de las hamburguesas despachadas en estos locales de comida rápida y grasienta.
Y de niños precisamente va la historia de hoy, ocurrida también un 19 de noviembre, pero en este caso de 1969.
Ese día cayó en miércoles y el planeta entero andaba pendiente de unos elementos abandonados a su suerte a bordo de la nave Apolo XII.
Bueno, todo el planeta menos Brasil, porque mientras Charles Conrad y Alan Bean se las ingeniaban ahí afuera para posar con éxito la cápsula Intrepid sobre la superficie lunar, en el inmenso óvalo de Maracaná, en el estadio Jornalista Mario Filho, la torcida acomodaba sus posaderas en las butacas para presenciar la mayor hazaña individual conseguida por un jugador de fútbol en todos los años de historia de este deporte.
En juego el Trofeo Roberto Gómez Pedrosa por el que iban a entrar en liza el Club de Regatas Vasco Da Gama de Río de Janeiro y el Santos FC de Sao Paulo, con el negro Pelé en sus filas y con dos Libertadores de América y otras tantas Intercontinentales en la vitrina.
Sin embargo esa tarde el trozo de chapa en litigio era lo de menos.
Por eso el momento supremo no se hizo esperar.
Avanzaban la agujas sobre el 31 de la primera mitad cuando Pelé se interna en el área y es derribado de forma clara por un zaguero del Bacalhau. El referí cobró de inmediato la pena máxima y la platea entera estalló de satisfacción.
Con Pelé tirado en el tapete y atendido por los sanitarios, su compañero Rildo depositó la pelota sobre el punto a doce pasos y entonces la bancada repleta volvió a rugir buscando un minuto de aire para el ídolo:
¡¡¡Pele, Pelé, Pelé…¡¡¡
Doscientos mil gritos que fueron uno sólo para que el monarca pateara sobre el arco defendido por el argentino Edgardo Andrada.
Y fue gol, y hubo invasión y paseo a hombros para O Rei.
Allí donde lloró con nueve años junto a su padre cuando el uruguayo Ghiggia perforó la portería de Moacyr Barbosa para el Maracanazo, allí mismo, el hijo de Dondinho había entrado en la historia universal anotando aquel penal que hacía el gol número mil en su carrera como futbolista profesional.
¿Y los niños? Pues para ellos fueron sus palabras después la conquista:
«Por el amor de Dios. Ahora que todos me están escuchando hago un especial llamamiento al mundo: ayuden a los niños pobres, ayuden a los desamparados. Esta es m unica petición en ésta hora tan especial para mí».
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