En futbolycojones.com estamos tremendamente apesadumbrados por la irreparable pérdida de uno de los iconos fundamentales del futbol ochentero y al que los que suscriben rendimos pleitesía desde la más tierna infancia.
En la mañana de ayer nos desayunamos con la luctuosa noticia del fallecimiento de Juan Carlos Arteche Gómez, alias El Algarrobo, ex jugador de la Gimnástica de Torrelavega, Real Racing Club de Santander y Atlético de Madrid.
El único rival, sin contar a Gary Lineker, ante el que tuvo que doblar el espinazo, se lo llevó por sorpresa y para siempre no sin antes presentar dura pelea con la gallardía y nobleza de la que siempre hizo gala entre las cuatro rayas de cal.
Desde la humildad que caracteriza a este modesto grupo de buscavidas del balón queremos unirnos al dolor de su familia y al de la hinchada rojiblanca en este duro trance, y por eso, y por acuerdo unánime de todo el cuerpo técnico y la plantilla de jugadores, le otorgamos a título póstumo el brazalete de capitán de este equipo construído desde la mística.
Porque a Juan Carlos Arteche lo veníamos siguiendo desde hacía unas fechas y al final ese scouting provocó algunos movimientos en la pizarra de futbolycojones.com.
Pocos flecos quedaban ya para cerrar el trato cuando la noticia nos partió el alma a todos.
Habíamos optado por dos centrales marcadores y carrileros largos sin espinilleras para encontrarle acomodo al de Maliaño al lado de Carmelo en el eje de la zaga, justo en esa posición poco estilada en nuestros días, la posición la de líbero, en la que alzó un infranqueable Muro de Berlín adoquinando de sol a sol junto a Miguel Angel Ruiz y Balbino.
Porque Artechembauer representaba todo lo necesario para formar en la oncena de futbolycojones.com: tiparrón del norte, fortachón, de pelo en las canillas, prototipo de jugador de la casa, honrado, de métodos expeditivos, de los que sacudían antes y preguntaban después, olvidado caprichosamente por la gloria y los trofeos, y por supuesto, con un imborrable apéndice capilar debajo de la nariz que lo hicieron sencillamente inolvidable.
Así era Juan Carlos Arteche, y así queremos recordarlo, como él mismo se hartó de repetir cada vez que le ponían una alcachofa delante:
“Ni me como a nadie ni soy un tuercebotas”
A pesar de ello, el cuatro colchonero siempre llevó a cuestas el sambenito de leñero.
Un día escribió José Damián González que todo venía de la época en la que estuvo a préstamo en Torrelavega, con 17 años, y un jugador del Santurce le quebró los huesos propios de la nariz. A partir de entonces, cada vez que el expreso montañés salía a una cobertura, el público cerraba los ojos pensando que su venganza sería continua a base de fracturar tibias ajenas. Repartía madera, no cabe duda, pero que se sepa, nunca perteneció al Clan de los Rompehuesos.
En esa época, siendo aún juvenil, disputó el Campeonato de España con la selección de Cantabria que quedó apeada por la de Asturias después del 4-0 de la vuelta celebrada en Gijón.
Recuperado por Maguregui para la causa racinguista debutó con los mayores al lado del Torito Zuviría nada más y nada menos que ante el subcampeón de la Recopa, el West Ham United del padre de Frank Lampard en el viejo Sardinero y en un torneo de verano, de cuando había torneos de verano y eran tan célebres como él mismo.
Esa tarde la suerte ni le miró a la cara. No sería la última vez.
Cuando pasaban dos minutos del noventa y con empate a dos en el marcador, el portero suplente de los visitantes, que había entrado porque no había otro para sustituir a un jugador de campo, le robó la cartera a la retaguardia del Racing para convertir un gol que valía un Trofeo Príncipe Felipe.
Luego jugaría otro amistoso en Aguilar de Campoó, el pueblo de España donde mejor huele por las mañanas, ante el recién ascendido Burgos que comandaba con sabiduría Sergio Kresic, pero entonces vestido de corto y tirando pases de tiralíneas.
El VI Trofeo de la Galleta (en serio) se lo quedaron los castellanos, no sabemos ahora mismo si con mecenazgo de Fontaneda o de Gullón.
Esa misma temporada debutaría en primera con el Racing, hasta que llegó la llamada del Calderón. Si quería disgustos su sitio estaba allí.
A orillas del Manzanares sufrió una de las mutaciones más sorprendentes que se recuerda por los campos de España. Y es que al lado de Luis Pereira comprendió que la pelota era redonda y podía jugarse por el suelo.
Fue en esos días cuando se le empezó a poner cara de guardia civil de tráfico.
En aquel equipo, con Rubén Cano, Leal, Ayala o Leivinha (el tío de Lucas Leiva) se hizo insustituible hasta que Jesús Gil afirmó que era un enemigo para la entidad.
No se olvidó sin embargo de la fontanería del tobillo y la rodilla en sus años rojiblancos. El paraguayo Raúl Amarilla no acierta a explicarse aún como sigue llevando la pierna derecha pegada al cuerpo después de una brutal entrada en partido de Copa de la Liga. La prensa de Barcelona le sacudió por arriba y por abajo. “Amarilla pone la magia y Arteche saca el hacha” fue el titular más suave a la mañana siguiente.
Pero a pesar de las desgracias, también hubo momentos para gritar, con el 7 de marzo de 1982 cuando le anotó su primer gol con la camiseta del Atleti a otro de los maltratados de nuestro fútbol, Luis Arkonada. Dirceu botó desde la parte izquierda una falta y el cantabrón voló tan alto que sólo la cruceta vio la pelota pasar para estrellarse en la red.
Y luego llegaría la selección con Miguel Muñoz ya casi de viejo. ”¿Cómo voy a pensar en la selección si no me convocan ni para los sub-21?”, llego a decir el bueno de Arteche. Hizo tándem con otro debutante de postín como Manolo Sanchís, por las bajas de Maceda y Goicoechea y participó activamente en el único gol de aquella noche ante la Rumanía de Hagi, Lacatus, Belodedici, Piturca y Balint. Los de la patria de Drácula se cagaron de miedo ante la imponente defensa española con Julio Alberto y Camacho cubriendo las espaldas de los novatos.
Luego llegaría Gary Lineker con las rebajas, y en una noche fatídica en el Bernabéu, el ariete de Leicester hizo cuatro cicharros él solito y ya nadie se acordó jamás de Arteche para defender al equipo de todos los españoles.
Pero para eso estamos nosotros, porque con él de último hombre nos sentimos como el que echa el cerrojo y tira las llaves a la presa de Pilotuerto.
Hoy nos toca despedirlo, con las lágrimas asomándose a los ojos y con la espina clavada de no ver nuestra remera luciendo en el pecho de este tipo enorme dentro y fuera del terreno de juego y con un par de huevos bien puestos.
Hasta siempre CAPITÁN.
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