miércoles, 24 de febrero de 2010

Los botines benditos del Padre Bazurko


Son motivos estrictamente profesionales los que me llevan de cuando en cuando a visitar Azpeitia y no sería la visita del todo reconfortante si no la remato contemplando la enormidad de la Basílica de San Ignacio de Loiola que queda a tiro de piedra de mi destino laboral.

Ayer fue uno de esos días y durante la comida pude escuchar una historia maravillosa que tenía como protagonista a un jugador de fútbol.

En la mesa de al lado, y teniendo a mis oídos de invitados silenciosos, dos vascos de esos que no se retiran la chapela ni ante un chuletón de kilo y pico, hablaban de un muchacho que, aunque había nacido en Donosti, dio las primeras patadas a un cuero en las categorías inferiores del Club Deportivo Mutriku, equipo con el que llegaría incluso a jugar en la tercera división vasca.

Se llamaba Juan Manuel Bazurko.

El joven, que desde muy tierno tuvo la vocación de servir a Dios y luego fue profesor de religión en el nuevo instituto de Renteria, recibió con veintipocos años la llamada del altísimo que lo llevó a las misiones en una pequeña aldea de Ecuador.

Allí se plantó con el hábito y la Biblia, y por supuesto, con sus inseparables botas de tacos.

Poco a poco los feligreses lo fueron conociendo, como párroco claro, pero sobre todo como el fusilero infalible de Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo.

"Si en el púlpito es bueno, en el área es mejor", solían decir.

Pero igual que llegó se fue, porque al poco de golear en San Camilo vino a comprar su pase el Barcelona Sporting Club de Guayaquil, el equipo más grande del país de latitud cero.

Y defendiendo los colores de "los canarios" fue donde el padre Bazurko compró su pequeña parcela en la historia.

Fue el día 29 de abril de 1971, meses después de que otra diana suya sirviera para apear del camino de la gloria a Emelec en el "Clásico del Astillero".

En Ciudad de La Plata, Argentina, "los toreros" rendían visita a Estudiantes para disputar la vuelta de la semifinal de la Copa Libertadores de América.

El primer duelo había caído del lado del "pincharratas" que iba a por su cuarto título continental consecutivo.

En El Modelo de Guayaquil los argentinos habían vencido por 0 goles a 1.

Pero la fe mueve montañas, y al cuarto de hora de la reanudación, el cura cazó una bola enviada desde el ala izquierda por Alberto "Cabeza Mágica" Spencer, y empotró el balón en las mallas de Gabriel Flores en lo que desde entonces se conoce como "La Hazaña de La Plata".

No llegaría a disputar el título el equipo ecuatoriano, puesto que ese año la Libertadores cambió de formato, y sí Estudiantes como campeón del grupo semifinal, pero en la memoria del pequeño país centroamericano quedó acuñada para siempre una frase del locutor radiofónico que asistió a aquella inolvidable gesta:

“Benditos sean los botines del padre Bazurko”

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