domingo, 14 de febrero de 2010

En el día de la madre

Este relato me lo envía desde Rosario (Argentina) Rubén Herrera y pertenece a su libro "EL TREN DE LAS CUATRO". Sencillamente maravilloso. Gracias amigo.

“Cuando una promesa se hace de corazón, haremos lo imposible por cumplirla”

El campo de juego estaba impecable, era una alfombra, las tribunas colmadas, había hinchas que quedaron afuera. Ellos tenían todo preparado para ser campeones, las calles estaban vestidas de los colores de su equipo, en sus terrazas flameaban
banderas de todos los tamaños, se escuchaban cánticos de todo tipo, el comentario era que nos iba a meter cinco goles como mínimo, que nos ganarían de cualquier forma, que nosotros éramos unos muertos de hambre, que habíamos llegado hasta ahí
de pura suerte, por una buena racha, pero que no teníamos forma de ganarles, que veníamos de pueblo chico como para enfrentar al mejor equipo de los últimos cinco años, y que tendríamos miedo de ver un marco tan imponente como la cancha de ellos.
Nosotros viajamos muy temprano. Llegamos como al mediodía. El micro paró frente a la sede. Nos gritaban de todo. Éramos pocos pero bulliciosos, nos hacíamos escuchar, vinieron de todos los rincones del pueblo solamente para acompañarnos, claro no era para menos, era la primera vez en la historia del club, que jugábamos una final de campeonato, era la primera vez que teníamos la posibilidad de ser campeones, y no podíamos desaprovecharla, ni siquiera mi viejo tuvo esa oportunidad, y hoy estaba al alcance de las manos, o mejor dicho de los pies.
Cuando llegó la hora del partido nos fuimos para el estadio y mientras hacíamos el reconocimiento del campo de juego, arranque con las dos manos el césped del piso, lo llevé hasta mi boca y lo besé mientras hacía una promesa.
-¿Qué pasa, ahora se te dio por las cábalas también? – me preguntó el enano que estaba haciendo precalentamiento al lado mío – justo a vos, que sólo crees en Dios y nada más.
-¡No! no es una cábala, es una promesa que le hice a ...
-Ah claro, hoy es el día de la madre y si ganamos se lo vas a dedicar a ella – me dijo, sin dejar que yo termine de hablar.
Nos metimos al vestuario, y después de la charla técnica, salimos a la cancha bien concentrados, sabiendo que ésta era quizás la única y última oportunidad de salir campeones, de quebrar ese obstáculo que hay entre dos equipos, uno profesional como el de ellos, y otro no tanto como el nuestro, porque a decir verdad, nosotros todavía éramos un poco amateur.
El partido al comienzo fue como de estudio, pero a los diez minutos ya los teníamos a todos en nuestro campo, la presión que ejercían era impresionante, tanto adentro como afuera. En las tribunas el ruido era ensordecedor, los nuestros eran tapados por los miles de espectadores locales, ellos atacaban y atacaban. Nuestro arquero estaba iluminado, sacaba todos los balones, nosotros no podíamos cruzar la mitad del campo.
Con mucha suerte, aguantamos el primer tiempo. En el segundo, teníamos algo a favor y era que ellos empezarían a jugar desesperados porque no podían concretar. Y se dio el partido como nosotros esperábamos, pasaban los minutos sin que pudieran anotar, entonces nosotros empezamos a jugar más tranquilos, tocando la pelota por el piso, hasta se me ocurrió tirar un caño en la mitad de la cancha, el enano empezó a hacer de las suyas, el zurdo a gambetear y asistirme con la pelota, ellos se pusieron nerviosos, trasladaban más el balón, y comenzaron a gritarse entre si.
Al minuto ochenta y cinco, el enano deja dos tipos en el camino y patea al arco, en el trayecto, el número seis desvió la pelota con la mano, y el arbitro marcó penal. No lo podíamos creer, ellos protestaron, decía que fue casual, que no hubo intención, que la pelota busca al jugador, que era un vendido, un referí bombero, que no sé cuanto le habíamos pagado. Él arbitro hizo caso omiso a las protestas y marcó el tiro desde los doce pasos después de echar al dos de ellos que se había acordado de su madre, justo en el día de todas las madres. El zurdo y el enano me pidieron que yo le pegara y acepté de inmediato.
Después que pasó el tumulto acomodé la pelota sobre el punto del penal. El arquero se acercó, y me pidió que se lo tirara a la izquierda, dijo esto como para intimidarme, para ponerme nervioso. El juez le pidió que se alejara, que se fuera a su lugar. Yo tomé carrera, me hice la señal de la cruz mientras pensaba en mi vieja, en ese día tan especial, y también en la promesa que había hecho. Se escuchó el silbato y fui hacia la pelota con mucha seguridad, le pegué suave con la cara interna del pie derecho, y la coloqué a la izquierda del arquero mientras este se desparramaba hacia el otro lado.
Salí gritando, buscando el lugar donde estaba mi viejo, mis hermanos y los doscientos hinchas que fueron a vernos. Lloré, les juro que lloré, no me podía contener, no cabía dentro de mi cuerpo, sólo había que esperar un poquito para que la alegría fuera completa.
El breve tiempo pasó y nos abrazamos entre todos, lloramos entre todos, gritamos entre todos, hasta la entrega de las medallas y la tan ansiada copa.
Cuando volvíamos, y ya que estábamos en la capital, le pedí al técnico y al chófer si se podía desviar hasta la Chacarita, hasta el cementerio. Les expliqué que tenia que hacer algo con la medalla que había ganado. Accedieron a mi pedido, bajé del micro y entre por el portón principal, llegué hasta el fondo del cementerio y en una tumba bien cuidada y con flores nuevas, me arrodillé, lloré, le recé un padrenuestro, y le entregué como regalo, la medalla que le había prometido.
-Vamos, que se hace tarde – me dijo el enano, que había venido a buscarme.
-Sí vamos – le contesté.
Al ver la tumba, y al leer el nombre que había en ella, el enano me preguntó
-¿ Quién es, ese tal José?
-¿Cómo quién es? – le respondí – él es como si fuera mi madre, o mejor dicho este es el tipo, que no tuve el orgullo de conocer, y que hace diez años le donó el corazón a mi vieja, y gracias a él, hoy en el día de la madre, voy a llegar a casa y a abrazarla con todas mis fuerzas.
-Chau José, ¿viste? Cumplí la promesa.

Dedicado a todos los que donaron sus organos, para que continuara la vida en otro ser. Rubén Herrera

1 comentario:

  1. Hola!
    Gracias de corazon por editar el cuento. Espero que sea del agrado de aquellos que leen tu blog. Desde Rosario, Argentina (aclaro que soy hincha de independiente y ayer le ganamos a nuestro eterno rival racing, algo de lo que estamos acostumbrados, desde el inicio del profesionalismo)Saluda afectuosamente, Ruben Herrera

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