Hay veces que los recuerdos brotan de las cosas más insignificantes, objetos que no tienen apenas valor material pero que poseen el privilegio de guardar algo de nuestro pasado en su interior. Ayer, revolviendo cajones, encontré una moneda plateada de 5 duros con la cara del Caudillo de España por la Gracia (menuda) de Dios. Enseguida le puse la cara del amigo ausente y fue entonces cuando la memoria empezó a rebobinar fotogramas para dejarme plantado, a mediodía, en la puerta de la cristalería. Era la hora de arrancar la furgoneta para ir a comer (a toda ostia claro). En esa época yo no tenía trabajo y ahí me echaron un cable de los buenos para estar a esta hora, de este día, poniendo en fila india estas cuantas letras. Bien comidos (y bien lo otro, gracias) tocaba el café en el bar de Santa (yo creo que lo tomaba con leche y tú sólo con hielo), la trifulca de cada día por el Marca (La Nueva España era de Balbino, el Barbas) y antes de partir a la trinchera de silicona y climalit, la partida de futbolín con esa moneda de 25 pesetas que apareció ayer en la gaveta.
¡Qué buenos ratos tenemos pasado agarrados en aquellas barras de acero y arrastrando la pelota cada dos por tres¡
¡Y qué triste es contarte ahora que lo único que queda de aquello es una gris aleación de cromo y níquel con la jeta de Franco en el anverso¡
Porque ya no hay bar en el patio, ni metegol (lo llaman así en Argentina aunque lo inventó un gallego como tú, pero no de Cambados, tú ya me entiendes) y yo, hace unos años ya, no te encuentro del otro lado de la mesa para echar unas partidas.
¿Te acuerdas?
¡Qué cojones¡, voy a gastar la moneda contigo. ¡Hay partida¡
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