Erase una vez un niño que cada año pedía que los Magos de Oriente le dejaran en el calcetín una pelota de cuero. Así llegó a futbolista profesional para ganar unos cuantos trofeos hasta que un oscuro asunto de dopaje enturbió una carrera inmaculada. Pero, como en los cuentos para niños que siempre tienen un final feliz, el bien y la verdad se abrieron paso a empellones y la justicia colocó el lustre que merecía una hoja de servicios vilmente mancillada. Esa mañana su teléfono móvil se desperezó con el mensaje de un amigo: “A veces da gusto madrugar para encontrar noticias así en el periódico”.
El amigo no era otro que Rafael Azcona, el mejor escritor de cine que ha dado este país, ganador de cinco Premios Goya de la Academia (El bosque animado, ¡Ay, Carmela!, Belle Époque, Tirano Banderas y La lengua de las mariposas) y de cuya pluma surgieron historias irrepetibles como El Pisito, El Verdugo o Plácido.
Pep Guadiola cultivó la amistad de Azcona gracias al vínculo inquebrantable que lo unía al cantautor Lluis Llach y al poeta Miquel Martí i Pol. En un acto de últimos presentado por Ariadna Gil, Guardiola conoce a su marido, David Trueba, escritor, periodista y director de cine, que desde ese momento se convierte en su alter ego. A partir de entonces su complicidad se va reforzando con cenas y comidas, unas veces en Barcelona y otras en Madrid. Uno de esos encuentros en la capital tiene lugar en casa de Joaquín Sabina. El de Úbeda le hace escuchar en primicia el himno que ha compuesto para el Centenario del Atlético de Madrid, Motivos de un sentimiento. Luego llegarán El Gran Wyoming y Pablo Carbonell, entre otros, a incrementar el patrimonio de afinidades del Noi de Santpedor. Más adelante estrechará lazos con Marcelo Bielsa y César Luis Menotti, pero por más que buceo, me resulta imposible dar con la pista que me conduzca a esa filosofía barata que tanta gracia le hacía a Zlatan Ibrahimovic. Seguiré buscando y meando colonia del Nº 5.
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