lunes, 19 de diciembre de 2011

Ramonet

Calderé en México 1986
El otro día escuché una magnífica disertación de José Mourinho sobre las propiedades mágicas de las espinilleras de carbono. No queremos entrar a valorar los argumentos del portugués, pero en la sede de la peña “Los que no nacimos ayer” apareció casi sin querer el nombre de Rafael Gordillo y su elegante estampa volvió por un momento a galopar sobre la raya de cal con las polainas descansando sobre los tobillos. Ya se daban patadas entonces, pensamos, pero ese chaval del polígono arriesgaba sus canillas desnudas y cuando le pasaban la lija se apretaba los machos y volvía a por otro rasponazo. Eran otros tiempos no cabe duda, tiempos del fútbol para hombres, de lodo y de cojones, muchos cojones. Por eso le agradecemos la exposición al entrenador del Real Madrid porque gracias a él pudimos cubrir el vacío que el equipo de futbolycojones.com tenía en la zona ancha. Buscábamos un pulmón, una trotona no exenta de calidad y criterio, para jugar junto al Tato Abadía en una medular antológica, sin pelo, con bigote pero sin forros de carbono.
Y el elegido para esta empresa podemos asegurar que no se arruinó gastando los reales en protecciones y mariconadas. Así se nos presentó un día en el vestidor: “Nací en Vila-Rodona, provincia de Tarragona, el 16 de enero de 1959 y pertenecí a los infantiles del Valls hasta los doce años. Luego vine al Barça y fui subiendo peldaño tras peldaño: infantil “A”, a las órdenes de Tort; juvenil “B”, con Roca; juvenil del Barcelona A t., con Waldo Ramos; juvenil “A” otra vez con Waldo, ganando el Campeonato de España en e! Vicente Calderón contra el Zaragoza donde hice el 4-3 definitivo”.
Nos miramos unos a otros y nos faltó tiempo para ofrecerle un cheque en blanco. Teníamos lo que buscábamos, un tipo con llegada, feo como un demonio y un gusto nefasto para el tema de la vestimenta. Era nuestro hombre. Era Ramón María Calderé, Ramonet para los amigos, uno de los futbolistas más desgraciados de la historia de nuestro fútbol y también uno de los más caprichosamente ninguneados. Porque, seamos sinceros, al bueno de Ramonet no le hacía ningún favor su aspecto físico. Dicen las malas lenguas que vino al mundo con una cazadora de cuero y que en la planta de maternidad le tenían que apartar el bigote para meterle el biberón.
Pero detrás de ese aspecto desaliñado se escondía un jugador grandísimo que alcanzó con el F.C. Barcelona y con la selección española cotas sólo superadas en nuestros días.
Debutó con el primer equipo en un amistoso ante Os Belenenses con tan sólo 19 años. Su proyección se cortó pronto por culpa del servicio militar en Alcalá de Henares, donde incluso el Real Madrid se interesó por sus servicios. Luego, cedido en el Real Valladolid vivió uno de sus primeros desencuentros con la tribuna. En un partido de Copa tiró un corte de mangas a la parroquia pucelana y ésta le respondió con una cáscara de melón que le abolló un poco la capota. La aventura castellana duró apenas una semana. Volvió a casa y al año siguiente se quebró los ligamentos. Recuperado ya, fue el menisco el que le puso la zancadilla. Y así fueron pasando los años del filial, hasta que con veinticinco primaveras, pasó al primer equipo, entrenado entonces por el Flaco Menotti. El 19 de mayo de 1984 juega sus primeros minutos oficiales al sustituir a Schuster: “Vaya papeleta”, dijo, “tan de sorpresa me pilló que tenía las botas desabrochadas y tuve que atármelas rápidamente”.
Parecía que la luz al final del túnel empezaba a vislumbrase, y más después del golazo del Calderón. Pero también asomó su mala ostia dentro del campo. Salía prácticamente a expulsión por año.
La llegada de Terry Venables a Barcelona le convertiría en una pieza fundamental dentro del puzle del inglés. La presión a toda cancha de aquel equipo parecía estar pensada para sus pulmones inabarcables. Fue el escudero perfecto para que Schuster se dedicara a lo sutil. Corría, robaba, iba, venía y encima tenía puntería. En el Bernabéu contribuyó de forma decisiva con un gol y dos tirazos que estremecieron la madera para el definitivo 0-3 final. Salió campeón de liga ese año y al siguiente se tuvo que multiplicar para estar en todos los frentes.
Pero de nuevo una cartulina, con le ocurrió a Juanito Segarra en Berna, le apartó de la final de la Copa de Europa de Sevilla. La mala suerte volvía a cruzarse en su camino y esta vez para quedarse. Luego estaría en el mundial de México con un papel protagónico en aquel desgraciado final que no hace falta mentar, y para octubre quedó la final del Europeo Sub-21 (con 27 años era curioso verlo rodeado de niños) a doble vuelta contra Italia, la Italia de Zenga, Ferri, Cravero, Donadoni, Di Nápoli, Giannini, Mancini y Vialli.
En la ida los de Luis Suárez cayeron por 2-1, pero Ramonet hizo un gol de oro que valdría su peso en el preciado metal en el partido de vuelta. Pero nuevamente la desgracia le miró a los ojos en un partido previo ante el Sporting de Lisboa. Oceáno, aquel negraco que luego lució en la Real Sociedad, lo atropelló y le sacó el hombro del sitio: “Sólo sé que, de pronto, un negro se me vino encima. Sentí un dolor terrible y si no pedí el cambio y dejé el partido fue porque yo trato de aguantar lo que me echen” ¡Con dos cojones¡ En la vuelta, curiosamente en el estadio José Zorrilla de Valladolid donde fue despedido a melonazos unos años antes, Calderé y su mostacho no fueron de la partida. Allí los españoles, los Ablanedo, Solana, Andrinúa, Sanchís, Quique, Eusebio, Gallego, Roberto, Eloy, Bustingorri, Ramón, Pardeza, Pineda, Juan Carlos y Llorente, forzaron la prórroga y el “Gato del Piles” hizo el resto en la tanda desde los nueve quince.
A partir de esa conquista la carrera de Ramonet empezó a perder luz y a viajar por andurriales indignos de su categoría hasta que nosotros le encontramos ahora acomodo entre los once jabatos que defienden la divisa de futbolycojones.com.
Disfrutemos de su vuelta a los focos como merece el personaje. Bienvenido a tu casa, Ramón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario