martes, 20 de diciembre de 2011

Ludo Coeck

"Estoy absolutamente convencido de que la fama y el dinero son valores intrascendentes. Pasa que, claro, nos los describen con un peso tan significativo que pareciera imposible resistirse a valorarlos."

Marcelo Bielsa

Ludovic Coeck
La historia que os quiero contar hoy tiene mucho aroma navideño, como no podía ser de otra forma en estas fechas en las que entramos, fechas plenas de actos solidarios, gestos y palabras políticamente correctas, pero sobre todo de lavados de conciencia a ojos de la opinión pública. Tendreis que aguardar hasta el final de la nota para descubrir un corazón más grande que cualquier título o campeonato que se pueda disputar en todo elancho del mundo. Esta la historia de Ludo Coeck, uno de los mejores futbolistas belgas de todos los tiempos y cuya categoría humana sería imposible de encontrar en el mercantilista futbol de nuestros días.
Su vida arranca el 25 de septiembre de 1955 en Berchem, un suburbio cercano a Amberes. Allí, en el club del barrio, empezó a correr detrás de la pelota y enseguida los entendidos vieron en él a un diamante en bruto. En los torneos de inferiores de los alrededores goleaba sin piedad exhibiendo un disparo que le haría ganarse un sitio en los libros de historia y el sobrenombre de Ludo Boum.
Con 16 años lo pasaron al primer equipo del Berchem que enseguida lo tuvo que traspasar a la escuadra más potente del país, el Royal Sporting Club Anderlecht. Se vistió de púrpura entre 1972 y 1983 y allí empezó una carrera meteórica que lo llevó a ganar dos Ligas, una Copa, dos Recopas, dos Supercopas de Europa y una Copa de la UEFA al lado de apellidos como los Van der Elst, Rensenbrink, Haan, Vercauteren o Van Himst. Su ensortijada melena y su cañón en la pierna izquierda estaban hechos para el fútbol italiano y allí partió en 1983 luego de una guerra cruenta entre los dos equipos de Milán por sus servicios. Firmó por el Internazionale (el A.C. Milan firmó a su compatriota Eric Gerets) y en la capital de la moda la fama de playboy empezó a pelearle el puesto a su buen hacer en la zona ancha. Una lesión de rodilla, grave, muy grave, y sus perennes problemas de tobillo privaron a la afición de San Siro del talento del cobrizo flamenco. Sin sitio como foráneo en el Inter (tenían cubiertas sus dos plazas de extranjero con el alemán Karl Heinz Rummenigge y el irlandés Liam Brady) quedó a préstamo en el Ascoli mientras hacía votos por recuperar el virtuosismos de su apéndice maltrecho. Decidió ponerse en manos del Dr. Mertens (ya famoso entonces) y someterse a cirugía en su propio país con la intención de volver a ser el mismo pero jamás volvería aquel mediocampista elegante y de disparo demoledor. Así que pensó que lo mejor sería desandar el camino y retornar a casa. El 7 de octubre de 1985 su vida se paró para siempre en la carretera entre Amberes y Bruselas. Era de noche y llovía. Su BMW azul se desintegró después de un tremendo impacto contra el guarda raíl. Dos días después moría en el hospital provocando una tremenda conmoción en el mundo del fútbol. Se había ido muy pronto, con tan sólo 30 años, pero le había dado tiempo a ganarse un lugar en el cielo de los hambrientos.
Unos meses antes,  en febrero de ese mismo año, grabó el himno de la selección belga y decidió que todos los beneficios del disco fueran destinados a paliar el hambre en Etiopía. Quería un mundo mejor para todos y esa fue una buena prueba de su humanidad.
Dentro del campo dejó muchas más. Una de ellas en el Mundial de España 1982, en el Nuevo Estadio de Elche, donde perforó la meta de El Salvador con uno de sus típicos misiles tierra-tierra. Otra, sublime, una alegría para los ojos, la sufrió el combinado de Alemania del Este en 1983, siempre con el dorsal de los elegidos, el 10,  cosido a la parte de atrás de la camiseta de "Los Diablos Rojos":








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